El agotamiento quedó reflejado también en la expulsión de Messi, la primera de su carrera con la camiseta de su club, por un manotazo cargado de impotencia a u Villalibre cuando el partido se terminaba. Así, sin respuestas desde lo futbolístico, disminuido físicamente por las molestias musculares que casi lo dejan afuera otra vez y sin demasiada compañía en colectiva, el 10 se fue con la cabeza baja y lleno de frustración.
Casi 37 minutos tardó el Barcelona en patear al arco. Y, claro, fue desde la zurda de Lionel Messi: un disparo cruzado que se elevó en los últimos metros para pasar por arriba del travesaño. Leo, sin espacios, aprovechó apenas vio algo de luz entre la maraña de rivales para probar desde afuera ante la imposibilidad de penetrar un cerrojo aparentemente sin fisuras del Athletic.
Para esa altura, los vascos ya habían tenido la suya, también con un tiro de media distancia de Ander Capa, quien finalizó un ataque tratando de sorprender al siempre bien ubicado Marc-Andre Ter Stegen.
Los comandados por el neerlandés Ronald Koeman no encontraban los callejones para poder asociar sus piezas. La complicación se le presentaba desde la salida nomás. Messi quedaba demasiado lejos de la pelota ubicado como falso nueve y por eso el argentino debía retroceder varios metros para aterrizar en el círculo central y poder él mismo ofrecer el primer pase para la construcción de un equipo sin conexión entre sus líneas.
La contraseña para ingresar al área de Unai Simon la descifró el propio Lionel cuando desarmó a la última línea adversaria con un buen pase en profundidad para la subida de su ladero Jordi Alba, que le devolvió la pared con un pase atrás que Messi no logró conectar. Sin embargo, ahí estaba Antoine Griezmann para capturar el balón huérfano y poner el 1-0.
Al fin los catalanes lograban penetrar y tener éxito en terreno ajeno, tarea que le costó durante toda la noche andaluza. Pero la satisfacción azulgrana duró 120 segundos. Porque el Bilbao retrucó velozmente y pegó cuando los jugadores de Barcelona todavía se estaban abrazando.
Iñaki Williams dominó, levantó la cabeza y asistió a De Marcos, quien apareció como un fantasma por la espalda descuidada de Jordi Alba y con la cara interna de su botín derecho empató otra vez el marcador.
Con Dembelé sin desequilibrar en el uno contra uno y con el chico Pedri apagado, a La Pulga le faltó compañía para asociarse cerca de la zona de fuego. Para colmo, el Athletic le dio un gran susto con el tiro libre de Muniain que aterrizó en la cabeza de Raúl García y tuvo como destino final la red del Barcelona.