El eje de la engañifa es el mismo que con éxito usaron en la elección del 2014 y en varias de las anteriores: que el debate sobre el drama de la violencia y del proceso de paz impida hablar sobre los demás problemas nacionales –pobreza y desempleo, dependencia, ambiente, crisis de la salud, la educación, el agro y la industria y en especial la gran corrupción–, para que sobre ellos poco a nada se discuta y, ante todo, no se juzgue la responsabilidad política en estos desastres y los “mismos con las mismas” puedan presentarse con una capacidad de engaño cero kilómetros, parapetados en la consabida lista de mercado de sus falsas soluciones y como si estuviéramos en el primer día de la creación.
Y no es que sobre el proceso de paz no pueda debatirse, pues esa es una controversia natural. Lo que se desenmascara es el truco de volverlo pelea de perros y gatos, de insultos y mentiras, para llenar de odio y de miedo al país, mientras los ideólogos de la maniobra ocultan que, si se exceptúa el proceso de paz, en nada medular antagonizan las cúpulas de la Unidad Nacional y el Centro Democrático, como lo atestiguan incontables hechos, al igual que sus votaciones conjuntas en el Senado y la Cámara en los últimos cuatro años.
En efecto, si se exceptúan las leyes del proceso de paz y la reforma tributaria, todas las peores reformas legales del santismo –incluido allí, como es obvio, el ahora escurridizo vargasllerismo– fueron aprobadas por el uribismo. Además existe un hecho que cualquiera puede constatar: Santos continuó la mala política económica de Uribe y no pocos de los altos funcionarios actuales, por ejemplo, han trabajado en los dos gobiernos. Y las pésimas decisiones sobre Reficar y Ecopetrol son compartidas, al igual que lo sucedido con Odebrecht-Corficolombiana, donde el uno firmó el contrato de la Ruta del Sol II y el otro le hizo la adición al de Ocaña-Gamarra.
Como una posición diferente, la Coalición Colombia –Polo Democrático, Alianza Verde y Compromiso Ciudadano, más todos los colombianos sin distingos sociales y políticos que quieran darle un giro democrático al país–, con Sergio Fajardo a la cabeza, no va a caer en la trampa de convertir las elecciones presidenciales en una repetición estéril de la campaña del Sí y el No, como desean “los mismos”. Y también luchamos para que el país supere la astuta y extrema polarización que nos quieren imponer para reducir la controversia política a la falacia de que quien no sea uribista es castro-chavista y quien no sea santista es paramilitar. Todo para que no puedan tratarse a fondo las causas de los problemas nacionales y no permitir poner en el primer plano el debate sobre cómo derrotar el sistema de corrupción prevaleciente, el cual nos arrebata toda posibilidad de salir de la trampa de atraso y desigualdad social a la que nos tienen sometidos, por lo que han hecho o por lo que no han hecho, “los mismos con las mismas”, en especial desde el gobierno de César Gaviria.
Por las características de la Coalición Colombia y de Sergio Fajardo, puede afirmarse que esta es la mejor posibilidad de vencer a los candidatos de “los mismos”, como lo confirma el gran respaldo que les están dando tantos colombianos y los ataques de las barras bravas de los contrincantes.