A esa hora el ruido y las voces huían a toda carrera, y él se extasió hablando de lo que siempre supo hacer como componer canciones, de sus licencias poéticas sin olvidar los trabajos que pasó en la vida para darse a conocer.
El silencio de Leandro era su gran compañero. Para pensar no estaba ocupado y se extasiaba con la soledad. De un momento a otro expresó. “Este estado que rodea el silencio es el que me agrada porque puedo recorrer mi pensamiento con toda calma”.
Su apertura al diálogo sirvió para entablar una larga charla donde habló de todo un poco, visto desde la dimensión de su grandeza. Muy bien lo indicó: “Si Dios no me puso ojos en la cara, fue porque se demoró lo necesario para ponérmelos en el alma”.
Frases de memoria
Al indagarle sobre las expresiones poéticas y naturales de sus canciones dijo que las pensaba mucho antes de que quedaran viviendo en su memoria. Entonces hizo un repaso por aquella que tiene una sensibilidad inocultable. Esa misma que le permitió que le otorgaran el título del poeta ciego del vallenato. “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”.
Siguió diciendo que la canción que le llenaba el corazón era ‘A mí no me consuela nadie’, aunque recalcó que a nivel de aceptación estaban ‘Matilde Lina’ y ‘La diosa coronada’.
Con esas y otras canciones se dio a conocer y hasta el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, lo incluyó en el epígrafe de uno de sus libros. “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”, ‘El amor en los tiempos del cólera’.
De igual manera el maestro Leandro, trajo a colación la historia de la canción ‘El negativo’ y entonces señaló: “Esa la hice porque a las parrandas que asistía me prometían infinidad de cosas, pero pasaba el tiempo y no aparecían. Entonces, con nombre propio los mencioné, pero ni así cumplieron”.
Se quedó callado y al poco tiempo recalcó. “Eso me sirvió para que otros me dieran el doble de lo que reclamaba en mi canto. Me fue tan bien que hasta me regalaron casa y carro”. De esa manera pasó de negativo a positivo.
Sin pensarlo mucho hizo énfasis en una de sus frases. “Mientras, más lento se piensa, más rápido se triunfa”. Se quedó pensativo hilvanando otras ideas y aseguró: “Esa no es una frase de las que llaman ahora filosófica, sino que puntualmente en mí se ha cumplido. Salí de mi humilde pueblo y he viajado por muchas partes llevando mis cantos”.
El maestro Leandro, en aquella ocasión también le abrió paso a distintos conceptos de hombre curtido en el amor y volviendo a darle cuerda a su pensamiento expuso una frase con la mayor contundencia. “Si las mujeres no existieran el corazón de los hombres no tuviera oficio”.
Enseguida sacó de prisa otro concepto que ya tenía moldeado. “A las mujeres siempre las he exaltado hasta cuando me pagaban mal, como aquella famosa gordita que la castigué cantando, porque no podía maldecirla, debido a que era un acto de cobardía”. Era un veterano del amor y hasta tuvo dos mujeres en el mismo pueblo, San Diego, Cesar. Ellas, Helena Clementina Ramos y Nelly Soto, nunca disgustaron sino que fueron comprensivas.
El maestro Leandro siguió tomando la palabra y entregando sus reflexiones bien pensadas. “El dinero acabó con el sentimiento. Ya la poesía, las flores, los cantos y los detalles pasaron a segundo plano, sin pensar que lo bello de enamorar tiene su encanto”.
De un momento a otro apareció su hijo Ivo Luis Díaz, y se acabó el tiempo de resucitar las añoranzas donde sus canciones tienen largos trayectos de nostalgias, sufrimientos y eternos amores, pero Leandro antes de despedirse hizo una referencia que lo hizo sentirse orgulloso: “Ivo me pone a cantar para robarle lágrimas y sonrisas a la gente”.
Esa mañana cayó completa al recibir el despliegue de talento, humildad y cordialidad de Leandro Díaz, el hombre que se dedicó a cultivar en versos todas sus experiencias cotidianas. El mismo que puso a sonreír su vida en medio de las dificultades y soledades que lo acompañaron desde niño.
Hijo agradecido
En esa dialéctica del recuerdo hace 28 años el cantautor Ivo Luis Díaz Ramos decidió hacer la canción que su corazón le dictó. No era una tarea fácil porque se trataba de una petición de esas bordadas con el hilo del sentimiento y además encerrada en el más grande amor del mundo hacía su papá.
Un día amaneció acostado al lado de la inspiración y no había obstáculo a su alrededor. Se sentó, pensó, escribió, cantó y en el cierre estaba decirle a su papá Leandro Díaz, que le iba a entregar sus ojos y de recompensa quería que él le regalara su alma.
Ese cambio era una luz en medio de la oscuridad y los secretos del alma de un hombre que nació con la alegría de un carnaval teniendo como epicentro un bello paisaje natural.
Cuentan que él nació una mañana serena cuando la brisa de la primavera estaba por llegar. Dicen que una madre lloraba de pena tan sola y triste porque una condena él tenía que llevar. Lo que María Ignacia Díaz, no imaginó, cuan fuerte era su muchacho que soportó los impases del destino tan solo con sus cantos.
Ivo aceptó contar esa experiencia de componer una canción que lo transportaba a ese momento glorioso de su vida, donde la alegría se mecía con la melancolía pareciendo hermanas.
Después de concluir su obra maestra vino una parte esencial, el título. Demoró varios minutos y después de un recorrido por los versos llegó a la conclusión que el ideal era ‘Dame tu alma’. Estuvo tan seguro que nunca dudó en cambiarlo.
“Mi canción fue la ganadora en el Festival de la Leyenda Vallenata del año 1993, la hice para homenajear la vida y obra de mi padre. Es la acumulación de todo lo que viví a su lado. Ser su hijo, ser su amigo, su compañero y su confidente, me llevó a entrar más en su vida”, dijo Ivo.
Teniendo los ojos cerrados para poner de acuerdo su pensamiento, todo ese sentir lo resumió en una frase. “Permanecer a su lado me llevó a estar como cuando la sombra se mete lentamente a las aguas del río”.
Leandro, el grande
De esta dimensión era Leandro Díaz, el hombre que nació el 20 de febrero de 1928 y se despidió de la vida el 22 de junio de 2013, dejando bellos cantos que se quedaron pegados en el sentimiento de todos, debido a que los sacaba por arte de magia desde el fondo de su alma. En fin, dejó su vida enmarcada en recuerdos.
El ciego sabio del vallenato tuvo la virtud de ponerle melodías a sus pensamientos yendo más allá de la oscuridad que abrigaba sus ojos, esos que nunca tuvieron oficio.
Él la vista me negó
para que yo no mirara,
y en recompensa me dio
los ojos bellos del alma.