El hombre al que la soledad lo hizo grande y fue su compañera permanente tuvo la gran virtud de ver con los ojos del alma. De esa manera, en una amplia franja de tierra y conectado a su pensamiento pudo ver a una mujer sonreír. La misma que lo hizo soñar sentado a orillas del río Tocaimo.
Esa era la dimensión de Leandro Díaz, el compositor guajiro que se conformaba con agarrarle las manos a una dama, escuchar su voz para inspirarse, regalarle versos y melodías cuando se lo dictaba su noble corazón. La sensibilidad de ‘El cantor de Altopino’ fue tan grande que una enorme cantidad de sus versos fueron dedicados a la mujer que dibujaba en su interior, y en muchas ocasiones el amor llegaba por ese conducto.
En esos recorridos se encontró con episodios que provocaron canciones las cuales llenaron las expectativas y quedaron dentro de los clásicos vallenatos. “Me fuera bien o me fuera mal en el amor o la amistad, a la mujer yo le daba un puesto de honor”, contó en cierta ocasión el maestro Leandro Díaz.
Precisamente Gabriel García Márquez uso como epígrafe de su libro ‘El amor en los tiempos del cólera’, la frase: “En adelanto van estos lugares ya tienen su diosa coronada”, que hace parte de su canción ‘La diosa coronada’. En la vida de este juglar no todo fue color de rosas y su entorno estuvo lleno de tristeza desde su nacimiento y varias de sus primeras canciones las hizo acompañado de lágrimas.
‘A mí no me consuela nadie’, es un ejemplo elocuente, pero también se agarraba de la esperanza para que Dios nunca lo dejara solo en el camino.
Creo en la vida que no llegaré a encontrar
una mujer que se duela de mis penas,
paso la vida renegando de este mal un mal
terrible que me condena.
La gran virtud de Leandro fue pasearse por diversos senderos de la geografía costeña enamorando de una manera diferente y dando cátedra de amistad a través de cantos con mensajes directos.
En esa seguidilla de ideas del ciego sabio del vallenato aparece una frase llena de filosofía. “Mientras más lento se piensa, más rápido se triunfa”. A esa se le suma otra que quedó en el registro. “Si las mujeres no existieran el corazón de los hombres no tuviera oficio”. El hombre que encontró en el momento preciso de su existencia la táctica para derrotar las penas, siempre exaltó a las mujeres, así algunas lo despreciaran tal como sucedió con una famosa gordita.
Efectivamente, a ella optó por castigarla cantando porque no podía maldecirla, debido a que era un acto de cobardía. De igual manera en el canto ‘Preciosa mujer’, tomó la línea romántica y narrativa hasta darle salida a su sentimiento.
Una mañana la conocí
al mismo instante sentí quererla
le prometí hacerle una canción.
Yo fui a su casa lo más feliz
un momentito charlé con ella
salió cantando mi corazón.
Horas felices La historia de Leandro Díaz, homenajeado en el Festival de la Leyenda Vallenata del año 2011, se puede contar de mil maneras, pero siempre aparecen dos ojos sin oficio que tenían la connotación de ser del alma, una memoria lúcida y considerable cantidad de versos maravillosos que dieron cuenta de la belleza interior de la mujer destilando perfume y con ese encanto que la hacía única en el mundo.
En ese viaje eterno por las historias de este juglar guajiro aparece San Diego, Cesar, a quien el compositor bautizó como “El pueblo de mis amores”. Allá, todavía vive Fanny Rivadeneira Cujia, la dama protagonista del merengue ‘Horas felices’ donde él relató la verdadera proeza del cariño y la amistad sincera.
Este merenguito bello nació en un atardecer
por eso con mucho gusto se lo vengo a dedicar.
Allá en la esquina del parque me saluda una mujer
desde que charlé con ella siento ganas de cantar.
Desde entonces no la he podido olvidar
y mis horas son felices como ayer.