Luego de 19 días de competencias en los Juegos Olímpicos Río-2016. Colombia disfrutó de la alegría de Óscar Figueroa, las hazañas de Yuberjén Martínez e Ingrit Valencia, la seguridad de Yuri Alvear, la sonrisa de Caterine Ibargüen y sufrió las tristezas de Jackeline Rentería, Fernando Gaviria y Óscar Muñoz, hasta que llegó el día de Mariana. El día más esperado. A, y el de Carlos también.
El horario no podía ser el mejor. La 1:00 de la tarde, con semifinales previas desde las 11:00 de la mañana. La hora del almuerzo. Todos podían ver a la antioqueña. En las casas, en los trabajos, en los centros comerciales, por las calles o donde fuera. Toda Colombia estaba expectante por ver a Mariana. Por sentir el orgullo que genera un triunfo de este tamaño. Es cuando más orgullosos nos podemos sentir los colombianos.
Y más aún en la pista, en la tribuna, con una temperatura ambiente superior a los 30 grados centígrados, que se pintó de amarillo, azul y rojo para alentar a la colombiana, a la mejor del mundo, a la favorita al título. Los embajadores colombianos en la tribuna se hicieron sentir. Eran mayoría y así lo demostraron en cada pedalazo de Mariana. Y también de Oquendo y Ramírez.
El primer anuncio de Mariana fue a las 11:00 de la mañana. Salió en un grupo de ocho. Otras siete buscaban un sueño. Más bien quería derrotar a la colombiana. Ella era la referente, el punto de mirada de aficionados, pero sobre todo de las rivales. Y así fue. Fue la referencia, pero no ella, la rueda de atrás de su bici; número 100, la que sus rivales empezaron a ver en cada serie.
Ganó las tres ‘mangas’ de las semifinales. En la primera sobrada para tomar confianza. En la segunda por fotofinish con la estadounidense Alice Post para ponerle emoción. Y en la tercera de nuevo con amplia diferencia. Sumó tres puntos en la semifinal y se clasificó primera para la final, con una particularidad, así como Caterine Ibargüen no tuvo a Olga Saladukha en la final del triple salto, Mariana no tuvo a Caroline Buchanan en la disputa por el oro.
A la 1:00 de la tarde en punto de Colombia. Mariana Pajón subió las escaleras en busca de la rampa de salida. Detrás de ella iban Laura Smulders, Brooke Crain, Stefany Hernández, Alise Post, Elke Vanhoof, Manon Valentino y Yaroslava Bondarenko. Se acomodaron por cada carril, Mariana en el uno, en el primero y llegó la presentación. Cuando nombraron a Mariana, la tribuna estalló de júbilo y toda Colombia también. La emoción fue similar como una presentación de James, Falcao o Nairo.
Todas en el partidor. La tribuna en silencio para escuchar: “Raiders ready. Watch the gate…”, cuatro pitazos, rampa libre y como en las pruebas de velocidad del atletismo, escándalo total en la pista para ver a Mariana una vez más. En un esfuerzo más. En unos 120 pedalazos de gloria olímpica.
Y así fue, desde el primer salto, Mariana salió adelante, llegó a la primera curva primera y no cedió terreno. De nuevo todas las rivales sólo pudieron ver su rueda trasera y con autoridad, demostrando que es la mejor del mundo, Mariana Pajón Londoño se coronó campeona olímpica por segunda vez consecutiva. No tiene rival en el planeta. Es una fenómeno. Y es colombiana.
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